Ficha técnica
Manuel Díaz 'El Cordobés' presume de padre en el pregón de las fiestas de Mayo de Córdoba. Recuerda como de pequeño veía que su padre era un héroe para Córdoba: "aunque era un chavalillo que solo soñaba con la grandeza de enfrentarse a un toro en medio de aquel albero, la gente me comparaba con el mayor de los toreros, con el ídolo, el más famoso del mundo entero. Para vosotros, vuestro héroe. Para mí, solamente mi padre". Defiende la gran figura del toreo que fue: "Símbolo de una época, de un tiempo, de unas condiciones de vida muy duras, Manuel Benítez constituye en sí mismo un ejemplo extraordinario que explica una época reciente de nuestra sociedad" "El cordobés más ilustre, más famoso y que ha llevado el nombre de Córdoba por los cinco continentes es Manuel Benítez. Es mi padre". Habla de la época en la que no tenían relación de cómo le ha ayudado en la vida: "yo le tengo que agradecer tanto a este hombre, a este ser humano, me ha dado tanto, pero me ha dado quitándome, que es lo más bonito de la vida, y ahora me lo están devolviendo. Entonces yo eso lo he tenido dentro siempre". Le dedica unas bonitas palabras, declarándole su amor en público: "y encima, es mi héroe, mi ídolo, a quien me quiero parecer, como quiero ser. Y quiero que me cuenten de él, que me hablen de él, porque me apasiona él. Porque no me importa otra cosa en el mundo nada más que estar a su lado. No quiero más nada". Agradece a su familia materna el haberle hablado siempre bien de su padre: "Aparte de que nunca podré agradecer más a mi familia materna, a mi abuela Dolores, que en paz descanse. El amor que me inculcaron, el respeto que me inculcaron, el cariño que me inculcaron hacia una persona que ni siquiera había conocido hasta ese día". Confiesa estar arrepentido de no haber estudiado en su juventud: "Mira, hay una cosa que me arrepiento mucho y es que no estudié. Es lo que me falta, nunca es tarde. Pero no estudié, me hubiese gustado estudiar porque creo que la mejor herencia que se le puede dejar a un hijo es unos valores de educación, unos valores de estudios y, sobre todo, darle facilidad para que se sepa ganar la vida, darle herramientas para que se sepa ganar la vida". Habla de cómo su madre ha empeorado de salud y le está cuidando en casa: "está más tranquila porque su hijo ya no se tiene que jugar la vida, bueno, pues se me ha puesto un poquito malita, ¿no? Y la tengo en casa, la estoy cuidando y en ese momento llega uno y hace así, dice: mecachis en la mar. El tiempo, el tiempo que siempre es el mismo y que no se puede cambiar. Pero yo digo al tiempo muchas veces: si yo me pudiese quitar algo mío y dártelo a ti para ganar tiempo, yo te daría un brazo y una pierna para mi madre y el otro brazo y otra pierna para mi padre". También recuerda a amigos que ya no están: "Por mi cabeza cruzan recuerdos de Santa Marina, las conversaciones con los taurinos en el Bar La Plata, donde me sentaba con Antonio Matas, que estaría hoy, Antonio estaría hoy, oy Antonio. Y Michado Lora, Michado, hoy estaría Matas. Y Pepín Garrido, de mi alma, porque ellos me cuidaron mucho, me cuidaron mucho". Al terminar el pregón, bromea: "Tengo la boca más seca que cuando me declaré a Virginia". Manuel Díaz 'El Cordobés' dedica la canción 'soy cordobés' a su padre, consiguiendo que todo el público cante con él y fundiéndose juntos en un abrazo. Le pide que se una a él en el escenario y juntos reciben un regalo de parte de la organización. El torero y su padre comparten un momento de lo más emotivo y después, Manuel Díaz 'El Cordobés' posa con sus admiradores al terminar el acto. Presentador: que da paso a más flores, a las flores que protagonizan los patios hoy aquí representados en esta maceta, a las flores que adornan nuestra feria de Nuestra Señora de la Salud. Así que bienvenido, Manuel Díaz, a tu ciudad, a Córdoba. Has vuelto, aunque ciertamente nunca te has ido, porque siempre has estado aquí y se abrazaron en público, el reencuentro entre un padre y su hijo. Y fue en Córdoba. Fue un día de emoción, un día de felicidad. Un día que todos recordamos, como lo será hoy, un día donde toca hablar de Córdoba y hablar de nuestras fiestas, bajo la mirada de don Manuel Díaz, ese cordobés que hoy vuelve a su hogar, a una tierra que seguro evoca recuerdos de infancia y de primeras veces. Discurso de Manuel Díaz 'El Cordobés': Yo en la vida tengo dos premisas importantes y que llevo a raja tabla. Una es que es de bien nacido ser agradecido. Y la otra es que, para saber hacia dónde vas, tienes que saber de dónde vienes. Lo primero que quiero daros es las gracias a todos. Y lo segundo es deciros que hoy, más que nunca, en este momento, yo sé de dónde vengo, lo sé. Y de ello doy fe ahora mismo. Entonces, voy a contar un poquito mis sentimientos, ¿no? Porque creo que cuando habla mi corazón, habla más puro y más limpio que cuando tengo que leerlo. Algo yo, para leer, no soy muy bueno, me cuesta trabajo la lectura. No sé, quizás porque cuando era chiquillo... Mira, hay una cosa que me arrepiento mucho y es que no estudié. Es lo que me falta, nunca es tarde. Pero no estudié, me hubiese gustado estudiar porque creo que la mejor herencia que se le puede dejar a un hijo es unos valores de educación, unos valores de estudios y, sobre todo, darle facilidad para que se sepa ganar la vida, darle herramientas para que se sepa ganar la vida. Eso sí lo tengo. He podido hacerlo a mis hijos y de eso me siento muy orgulloso. En estos días que tenía que dar el pregón, pues la verdad que he estado para acá para allá sin parar de hacer cosas porque desde que mi padre, a mediados de octubre del año pasado, me cortó la coleta, os digo que no he parado, no he tenido ni un momento. Y las cosas de la vida, ¿no? Porque la vida es así a veces de caprichosa, ¿no? En el mejor momento de mi vida, cuando tengo más tiempo para compartir, cuando, por ejemplo, mi madre está más tranquila porque su hijo ya no se tiene que jugar la vida, bueno, pues se me ha puesto un poquito malita, ¿no? Y la tengo en casa, la estoy cuidando y en ese momento llega uno y hace así, dice: mecachis en la mar. El tiempo, el tiempo que siempre es el mismo y que no se puede cambiar. Pero yo digo al tiempo muchas veces: si yo me pudiese quitar algo mío y dártelo a ti para ganar tiempo, yo te daría un brazo y una pierna para mi madre y el otro brazo y otra pierna para mi padre. Yo tenía un boceto en mi mente de lo que yo quería contarlo. Y claro, Raúl me ha hecho un pregón de escándalo. Pero yo no he visto más letra junta desde que me compré el primer coche. O sea, yo cuando vi el taco de folios, la impresora se apagó, se acabó la tinta. Y digo: Virginia, esto hay que recortarlo un poco. No sé, tú eres buena, negócialo. Y me han dado unas poquillas menos de páginas, pero que son un taco también. A ver, yo quería hacer un pregón en el cual yo me reencuentro con Córdoba, con mis raíces. Porque os digo una cosa, cuando uno... Mira, cuando uno tiene que defender una verdad día a día, cuando uno tiene que levantarse por la mañana, ponerse una sonrisa prestada, como yo digo, y tirarse a la calle, y la gente te mira, y la gente te cree, la gente te cree. No sabéis la fuerza que da eso a un ser humano. Y yo eso lo encontré en Córdoba. Lo encontré aquí, porque yo soy quien soy hoy en día, gracias a Córdoba. Es cierto que no nací aquí, como ahora os voy a contar, porque no se puede ser perfecto, será. Pero aquí nací como torero. Y aquí nacieron mis raíces. Y yo correteé como un chiquillo por aquí y yo quería empezar este pregón, pues, muy fácil. Si voy muy rápido, me decís 'so' y si voy muy lento, me decís 'arre' porque yo los tiempos no los sé medir muy bien. ¿Estáis listos? ¿Estáis preparados? Agarrase. Por si acaso me he traído aquí unas compañeras, por si acaso, que esto ya me va viniendo bien, menos mal que son para ver bichos chicos porque los bichos grandes los veo de lujo. Yo quería decirle a Córdoba así. Como una madre regaña a un niño, me hiciste que fuese torero. Aquí pisé yo el albero de la plaza de los califas, y aunque era un chavalillo que solo soñaba con la grandeza de enfrentarse a un toro en medio de aquel albero, la gente me comparaba con el mayor de los toreros, con el ídolo, el más famoso del mundo entero. Para vosotros, vuestro héroe. Para mí, solamente mi padre (le aplauden) ¿Va bien, cariño? Que luego... Y hoy me piden que pregone en mi tierra las fiestas de mayo. De verdad, os digo que nunca lidié un toro tan difícil. ¿Qué digo yo de mi Córdoba? ¿Qué digo yo de la ciudad que por mayo abruma el mundo? ¿Qué digo yo de sus cruces, de sus patios, de sus romerías, de su batalla de flores? ¿Qué le digo yo a mis vecinos que desde el balcón de sus casas ven a diario cuatro patrimonios de la humanidad? Si yo solo sé de toros. Ni de eso me atrevo a hablar en tierra de los califas ¿Quién soy yo para hablar de lagartijos, de garritas, de machaquitos, de manoletes? Y de otro que para mí, es más especial que ninguno de los anteriores. Si a mí Córdoba ya me lo ha dado todo. Si no la puedo creer más, si me llamo Manuel Díaz y me apodo El Cordobés. A pesar de llevar su nombre por estandarte, nunca podré agradecer lo suficiente a Córdoba el inmenso honor que me brinda al permitirme pregonar su mes más especial. Nunca podré agradecerlo bastante a mis paisanos, la cercanía que me regalan y que me han regalado durante toda mi vida. Y que culmine esta noche ensalzando el mes más hermoso, el mes por la que se le conoce, su mes. Mayo es Córdoba y Córdoba es mayo. Y eso todo el mundo lo sabe. Cuando nos peleamos, nos tiramos flores. Y desde el germen mismo de la alegría, la fiesta de la vida nace en las cruces de mayo. ¿Hay algo más genuinamente cordobés? A partir del atributo principal de Cristo, centro de los cuatro puntos cardinales, Córdoba regala a propios y extraños una versión auténtica: la cruz, eje del mundo, corregencia de distintos y una nueva representación de la convivencia que devuelva a la ciudad, nuevo ejemplo para el mundo. Y por fin, los patios, la evocación del Jardín, encerrado entre cuatro paredes, buganvilla que asoma con una reja para contar al mundo lo que apenas imaginamos: balcones que riegan lo que esconden para dibujar una pícara sonrisa de cordobesa pintada por Julio Romero. 'Un patrimonio más' dicen los de afuera' pero nosotros ya lo sabíamos. Y van cuatro, los que nadie tiene. Roma vino a Córdoba y se quedó en un patio vivir. Córdoba es patio. Sobre fachada y eje interior. No necesita adornos. No hay más atributos que reclamen mérito. Un mérito que en Córdoba se desdeña por obvio. ¿Y no hay un poquito de agua? Perdón, perdón. Padre, qué lío. Estoy peor ahora mismo que cuando debuté con picadores. Pido prestado los versos de Antonio Pereira para definir lo que los cordobeses no necesitamos descubrir pero para los que no tienen esa suerte, un patio es una tregua frente al ruido y la cólera. Casi terminando mayo, el plato fuerte. La fiesta de la fiesta, la feria de Nuestra Señora de la Salud. Desde la llorada feria de mi niñez en los jardines de Vallellano y la Victoria, hasta el moderno recinto del Arenal. El sentimiento es el mismo: feria de felicidad, feria de muros abiertos, fiesta compartida. ¿Cómo es Córdoba? Y claro, dentro de la feria, los toros. Si estoy esta noche aquí y de ante ustedes, es para pregonar el mayo cordobés por mi profesión, por la tauromaquia. Permítame entonces que haga una reivindicación de ella y de mis compañeros los toreros. El torero es un artista, un creador, un ser que persigue dar salida a un mundo interior inquieto y rico que se hace preguntas que no valen la pena las respuestas. Los medios de comunicación hablan del éxito, pero pasan de lado por el fracaso. Y les puedo asegurar que lo más temido por un torero es el fracaso y su soledad. El fracaso con uno mismo, el fracaso de no estar a la altura, el fracaso de sentir que un espectador pueda pensar que no hemos cumplido con el sueño con el que compró su entrada para vernos. Esa es la mayor de las torturas: la lucha interior para los toreros, no la gestión del éxito, la administración de la decepción. Algunos dicen que los toreros estamos locos. No, no estamos locos. Cada mañana nos hacemos las mismas preguntas que cualquiera, pero por contra, nosotros necesitamos respuestas más complejas. No nos vale las que tiene todo el mundo. El torero necesita poner en cuestión cuánto es de valiente, cuánto es de honrado, cuánto de sincero y sentir la respuesta del público a esas preguntas. Y si para ello hay que poner la balanza su propia vida, hacerlo sin titubeos, sin paños calientes y con testigos que le concedan credibilidad. ¿Eso es locura? Yo creo que no. Creo que eso es la honradez que lleva al límite la búsqueda constante de identidad. Permítame que aproveche el honor que se me brinda esta noche para ensalzar la figura de un compañero de profesión, un califa, de mi padre. Símbolo de una época, de un tiempo, de unas condiciones de vida muy duras, Manuel Benítez constituye en sí mismo un ejemplo extraordinario que explica una época reciente de nuestra sociedad. Desde su modernidad conectó con la sociedad internacional, difundiendo el nombre de Córdoba por todo el mundo, a través de su trabajo, su sacrificio y su capacidad creadora. El cordobés más ilustre, más famoso y que ha llevado el nombre de Córdoba por los cinco continentes es Manuel Benítez. Es mi padre, que después de tantos años me recibe en Córdoba (Aplauden). Alcalde, ¿voy bien? ¿Usted cree que para las próximas elecciones me puedo venir a echar una mano? Pues aquí me tiene, cuenta conmigo. ¡Olé! La verdad es que estoy pasando, oh, yo, escúchame, yo no he reído tanto en mi vida, te lo juro, es que es como que para adentro sí, pero para afuera no veas si cuesta, quillo. Los toreros, ahora ya me voy a poner un poquito ya más artista, ¿vale? Los toreros nos sentimos distintos cuando el toro te llama, te das cuenta de que ser torero es una hazaña que está destinada a muy pocos elegidos y que representa, y que es respetada por todos los que no lo han intentado y no lo han conseguido. Nuestra profesión, nuestro modo de vida es muy duro. muy lejano de lo que acostumbro a un niño de hoy, hotel, carretera, quirófano, se convierten en palabras cotidianas. Forjamos valores como el orgullo, el conocimiento propio o el respeto, que parecen tener valor solo para nosotros, porque la sociedad ya las ha descartado. Sin embargo, yo no sé ni quiero vivir de otro modo. A mí el toro me lo ha dado todo y desde mis inicios en la escuela taurina de Córdoba, he querido triunfar con mis éxitos, no con el fracaso de los demás. He incorporado a mi vida como estandarte la defensa de lo más sagrado que puede tener un ser humano: que es sumar, marcando el toro para mí, un compromiso de fidelidad conmigo mismo, sin abandonar ese camino de conocimiento propio y de búsqueda. Al final, estoy muy agradecido y muy contento de mi trayectoria desde aquella fotografía de Ayamonte, cuya publicidad rezaba
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